01 junio 2010

La Emocion del Cinema Paradiso en el Cineclub

ESTE MIERCOLES 02 DE JUNIO A PARTIR DE LA 21.00hs. Y CONTINUANDO CON EL CICLO DE CINE ITALIANO, PROYECTAREMOS ESTA JOYA, EL ULTIMO DE LOS CLASICOS DEL CINE ITALO, TODO EN LA CASA CASTRO COMO SIEMPRE CON ENTRADA LIBRE Y GRATUITA.

Cinema
Paradiso
(1988) es un canto a la amistad intergeneracional, a la libertad y al amor. Pero por encima de todo Cinema Paradiso es una sentida declaración de amor incondicional al cine.

Lo primero que recuerdo de Cinema Paradiso es que ganó el oscar a mejor película extranjera (así llamábamos al premio antes de renombrarse a mejor película de habla no inglesa). Yo la vi por primera vez un par de años después, y desde ese momento se convirtió en una de mis películas favoritas.

La película tiene un pequeño prólogo, dos partes y un epílogo. La primera parte narra el nacimiento de la amistad entre un niño de un pueblo siciliano y el viejo proyeccionista del cine del pueblo. Totó es un corriente niño travieso, pero fascinado por el cine. En una de las primeras secuencias de la película asistimos al proceso de censura que el cura del pueblo ejerce sobre las películas a exhibir. En cuanto aparece un beso en la pantalla, la campanilla suena y el viejo Alfredo sabe que ahí es donde debe cortar. El pequeño Totó asiste escondido a estas sesiones y disfruta enormemente con el proceso. Pronto querrá aprender el oficio de proyeccionista y Alfredo le enseña sin imaginarse que un trágico suceso obligará al niño a ser el proyeccionista en los próximos años. En la segunda parte Totó ya es adolescente y cae rendido ante una chica que acaba de llegar al pueblo. Hay una bonita historia de amor y las clásicas decisiones sobre el futuro. El prólogo y el epílogo muestran a un maduro Salvatore (que ya ha dejado de ser Totó), que después de treinta años sin pasar por el pueblo, vuelve para asistir al funeral de Alfredo.

El nexo común es el cine y son grandes todas las secuencias donde los personajes asisten a los pases del Cinema Paradiso. Es dentro del cine donde todos los habitantes del pueblo se reunen los domingos por la tarde, y donde los empezamos a conocer a todos, el que se duerme, el que se queja de que hace treinta años que no ve un beso en el cine, la burguesía del palco escupiendo a los de abajo, el loco del pueblo …, más adelante, los pajilleros, la prostituta, el nuevo rico, … Todos los personajes de novela costumbrista están allí, y todos sin excepción disfrutan con las películas en la verdadera comunión dominical del pueblo, después de ir a misa por la mañana.

El personaje de Totó está interpretado por tres actores distintos, el niño Salvatore Cascio (auténtico descubrimiento de la película), el adolescente Marco Leonardi (que salió poco después en Como agua para chocolate y este año ha hecho de Maradona en una peli italiana llamada Maradona: La mano de Dios) y Jacques Perrin (que si se descuida repite papel en Los chicos del coro (2004)), ya de adulto. Phillippe Noiret (genial en La gran comilona (1973) formando parte de un tremendo póker de ases con Marcello Mastroianni, Michel Piccoli y Ugo Tognazzi, y rescatado más tarde para hacer de Neruda en El cartero y Pablo Neruda (1994)), fallecido hace unos pocos meses, es Alfredo.

Ya debían existir de antes, pero Cinema Paradiso afianzó el subgénero de película con niño, del que desde entonces se genera una película cada año con vistas a ganar el premio de los oscars, si no que le digan a Roberto Benigni con su La vida es bella, que lo consiguió, o esa de Los chicos del coro, que le fue de un pelo si no llega a ser por Mar adentro.

Alfredo y Totó

La película tiene multitud de escenas memorables, pero quisiera destacar una que yo considero como una de las grandes escenas de la historia del cine, cuando una muchedumbre se queda fuera de la sala por falta de aforo, y Alfredo se las ingenia para hacer una doble proyección mediante un juego de espejos, una en la pantalla, dentro del cine, y la otra en la fachada de enfrente. La reacción del cura es genial: “A esos de fuera cóbreles sólo la mitad”. Totó siendo llevado por su madre para firmar la pensión por la muerte del padre en combate, mientras pasan frente el póster de Lo que el viento se llevó es también brutal. Lo mismo el funeral de Alfredo y la demolición del cine, con el encuentro con todos los personajes treinta años después. Pero todas estas escenas no tendrían ni una décima parte de su emotividad si no fuera por la música del genio Ennio Morricone en una de sus mejores partituras.

Alfredo: Vives aquí el día a día y piensas que estás en el centro del mundo. Crees que nada cambiará nunca. Entonces te vas un año o dos y cuando vuelves todo ha cambiado. El hilo se ha roto. Lo que viniste a buscar ya no está. Tienes que irte mucho tiempo, muchos años, para que al volver encuentres a tu gente, el lugar donde naciste. Pero ahora eso no es posible, estás más ciego que yo.
Salvatore: ¿Quién dijo eso? ¿Gary Cooper? ¿James Stewart? ¿Henry Fonda?
Alfredo: No, Toto. Nadie lo dijo. Esta vez la frase es mía. La vida no es como en las películas. La vida es mucho más dura.

Hace unos años se editó en DVD una edición del director con unos cincuenta minutos más que la que se estrenó en los cines. En esta edición el epílogo final se alarga convirtiéndose en una tercera parte donde asistimos a un reencuentro entre Salvatore y su amada Elena, y donde hay un par de confesiones interesantes que hacen cambiar algunos puntos cruciales de la historia. Como interés cinematográfico está bien, pero no nos podemos quedar con esta versión cuando en cierto modo estropea el romanticismo de la original, donde ese encuentro no se da, y podemos interpretar la maravillosa escena final de un modo completamente diferente y desde luego mucho más emocionante. Parece que, por una vez, cortar escenas no sólo mejoró la película, sino que la convirtió en una obra maestra


fuente: http://blog.txapulin.net/2007/11/las-mejores-peliculas-de-los-80-iii-cinema-paradiso/

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