21 octubre 2010

Mas allá del bien y del mal

(Al di là del bene e del male) 1977

Dirigida por la italiana Liliana Cavani y protagonizada por Dominique Sanda (Lou Andreas-Salomé ), Erland Josephson (Friedrich Nietzsche ), Robert Powell (Paul Rée). images

La vida de Friedrich Nietzsche y la relacion triangular que se establece entre el, Lou Andreas-Salomé y Paul Rée. La base es la filosofia de Nietzsche de crear una nueva moral que eliminase la moral imperante, fruto no de la naturaleza humana sino de la costumbre. Aunque en esta pelicula hay muy pocas notas filosoficas, la idea de la moral Nietzschiana y su adoracion del mundo dionisiaco se muestra en multiples escenas de sexo homosexual y heterosexual, que refleja ese mundo dionisiaco griego que Nietzsche adoraba y que alabo en sus escritos. Los personajes viven sin la moral imperante, con una forma de pensar libre e independiente y amor libre que sin embargo parece mas bien perjudicarle que beneficiarles. Al final de sus dias Friedrich Nietzsche termina loco, como bien es sabido, seguramente por su enfermedad, la sifilis; Lou termina casada con un profesor de universidad, y aunque su vida es en apariencia normal, 61QL6n3uddL._SL500_AA280_cada cual es libre de irse y acostarse con quien quiera; Paul Rée, inquieto por su inclinaciones sexuales, es asesinado tras intentar una orgia homosexual por primera vez en su vida.

Aun sin ser una pelicula perfecta, es idonea para acercar mas la figura de Nietzsche al espectador. Curioso que Lou, judia (al igual que Paul Ree) afirme en un momento de la pelicula: el siglo XX sera nuestro mundo... Una especie de profecia. La filosofia de Nietzsche influyó a comunistas, nazis, anarquistas... Grupos politicos que se sintieron influidos por sus ideas, aunque visto ahora es de reconocer que no supieron entenderle. Ni Nietzsche era antisemita, ni comunista y mucho menos nazi. Estas ideas politicas usaron su filosofia a su conveniencia. El era simplemente un filosofo, un nuevo "mesias", el único en su especie.

                               
                               

Fuente: Diario de un tipo Corriente 

18 octubre 2010

"Los Puentes de Madison" en el Cineclub

SINOPSIS:
64986_155626654474911_100000827324500_245426_3432041_n La película se sitúa en 1965. Relata la historia de Francesca (Meryl Streep), una solitaria ama de casa italiana residente en Iowa, que se había casado con un soldado estadounidense y emigrado a Estados Unidos. Mientras su esposo e hijos se encuentran fuera, en la feria del Estado de Illinois, conoce y se enam...ora de un fotógrafo, Robert Kincaid, (Clint Eastwood), que ha llegado al condado de Madison, (Iowa) para realizar una serie fotográfica sobre los puentes cubiertos de la zona para National Geographic.
Los cuatro días que pasan juntos suponen para ella un giro fundamental en su vida por la relación extramatrimonial que mantiene con él, historia que refleja en un diario que sus hijos descubren después de su muerte.66044_155626924474884_100000827324500_245431_1287551_n
CRITICAS:
Meryl Streep es un ama de casa que abandonó sus sueños por cuidar de su marido y criar a sus hijos en una pequeña granja del perdido condado de Madison. La llegada de un fotógrafo del National Geographic (Clint Eastwood), un fin de semana que su familia está fuera, le abrirá los ojos y el corazón a un mundo enterrado en años de rutina, y le hará aflorar sentimientos escondidos que entrarán en conflicto con la persona que ha sido hasta ese momento. Curiosamente, el mejor melodrama romántico de las últimas décadas no está protagonizado por guapos adolescentes, sino por dos maduros actores que nos regalan una historia de amor conmovedora, real y de una sutileza mérito del clasicismo del mejor Eastwood-director. La ceguera de Hollywood la nominó a sólo un Oscar -mejor actriz-, pero tras su visión uno se pregunta si realmente en todo el metraje de "Braveheart" más "Babe" más "Apolo XIII" -las 3 principales películas nominadas ese mismo año- hay un atisbo de tanta sutil intensidad como en esa escena en la que el duro Clint llora de amor bajo la lluvia mientras la mano de Streep duda entre abrir la puerta a una nueva vida... (Pablo Kurt)Los-Puentes-De-Madison-Delantera-Vcd
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"Melodrama con el silencio como principal excusa. No hay acción y, sin embargo, la pasión empapa la pantalla en cada palabra sin pronunciar, en cada mirada desviada" (Luis Martínez: Diario El País)
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"Maravillosa película" (Ángel Fdez. Santos: Diario El País)

                           
14 octubre 2010

“MUNDOS EXTRAÑOS” Nuevo Ciclo de Películas en el Museo

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Desde el Jardín, primer filme de este nuevo ciclo de cine en el Museo, fue una película protagonizada por el actor Peter Seller en 1.979. basada en la novela “Desde El Jardín” de Jerzy Kosinki, autor también del guión, donde relata las aventuras de Mr. Chance, un retrasado mental que había vivido cuarenta años recluido en la casa de un anciano adinerado cuidando de su jardín y que, tras la muerte de éste, tiene que abandonarla y enfrentarse al mundo exterior, del que únicamente tenía noticia a través de la televisión.

Tras este giro argumental, la película critica y fusila sin compasión, bajo un tono de comedia agridulce, la sociedad contemporánea y sus diluidos valores, mostrándonos como el protagonista va medrando en la alta sociedad de Manhattan gracias a sus conocimientos de jardinería y su incapacidad de entendimiento para todo lo demás. Acabaremos preguntándonos quien es más idiota, si el bueno de Mr. Chance (el jardinero) o el resto de los personajes, hasta el punto de que, en su afán por creer lo que quieren creer, aúpan al jardinero retrasado hasta el estatus deDesde el Jardín Mesías.

Pudiera estar ocurriendo esto con los países donde la decepción del pasado los haya inducido a cometer este tipo de errores, será bastante parecido con los actuales poderes de decisión para conseguir el chance o mejor dicho a un Mr. Chance, para dirigir los destinos de millones de ciudadanos y ciudadanas, y que estos a su vez escojan colaboradores con las mismas características mentales de Mr. Chance. Esto sería terrible para cualquier país. Será que ya los tenemos entre nosotros y hasta hora no hayamos caído en cuenta que en el mundo están ejerciendo el poder y con sus impedimentos están simplemente destruyendo los aparatos productivos, las economías, las sociedades y de esta forma darle cabida a unos que no tienen este tipo de impedimento mental, pero que si tienen la plena capacidad de ser grandes guerreros corruptos y premiados aprovechando este fenómeno. Millones de electores serán los que recluyan a estos a sus sitios de origen. Y si esto es así, el mundo está lleno de Mr. Chance y lo mejor seria dar una mirada a nuestro alrededor para saber quienes son nuestros jardineros.

Fuente: Eccio León R de analítica.com
13 octubre 2010

Clint Eastwood a través del espejo

No descubro nada si empiezo diciendo que, especialmente en los últimos años de su carrera, grantorino0 Clint Eastwood —profundizando una tendencia que en realidad está presente desde el principio de la misma— efectúa un lento y reflexivo movimiento que le ha ido conduciendo al otro lado del espejo, a la otra cara de esa imagen que a lo largo de los años ha ido moldeando el propio Clint Eastwood. Vista así, toda su obra viene marcada por el despojamiento progresivo de los ropajes que han conformado la imagen de Eastwood, por su continuo cuestionamiento, por el gradual desvelamiento de sus entrañas más profundas. Una imagen muy estereotipada de él mismo y de su país conviviendo, con magníficos resultados, con su reverso más tenebroso. El principal valor de una película como Gran Torino radica en que en ella este movimiento por fin concluye en el preciso otro lado, justo enfrente de su lugar de partida, en su perfecto negativo: el carácter mortuorio de la cinta es, pues, la irreversible constatación del fin de un trayecto. A lo largo de los años, Clint Eastwood ha logrado así un milagro casi alquímico: seguir manteniéndose fiel a sí mismo a medida que procedía a su propia negación. O mejor dicho, la de cierta imagen que lo acompaña, la más divulgada. La potente vibración emotiva de las últimas escenas de Gran Torino, aquellas en que Kowalski lleva a cabo los preparativos de su propia muerte, diseñando incluso la apariencia con que será presentado a los demás por última vez, proviene de ahí, de esa oportunidad que le concede la vida de trazar, en sus últimos instantes, su imagen final, de escribir el punto final, de dar las últimas pinceladas de su autorretrato, en definitiva lo que lleva haciendo desde hace mucho tiempo el propio Eastwood, y que aquí parece alcanzar una especie de plenitud.

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Gran Torino, es evidente, adquiere la forma de una perfecta síntesis de la carrera de Eastwood, y el trayecto que Walt Kowalski recorre en ella es también el que Eastwood ha realizado como actor y cineasta a lo largo de casi medio siglo. Si hay un momento que me parece especialmente emocionante en esta película es aquel en que, tras contemplar las consecuencias de su conducta —para vengarse de la paliza que le dan a Thao, Kowalski había golpeado salvajemente a uno de los matones— a Kowalski, petrificado ante la visión de la chica ensangrentada tras haber sido violada, se le cae de las manos un vaso, hecho mostrado en un revelador inserto —momento similar a aquel de El intercambio (Changeling. 2008) en que a un policía se le cae la ceniza del cigarrillo, paralizado al enfrentarse al horror más indecible—. Y esta intensa emoción proviene del hecho de que este momento supone el definitivo punto de inflexión, el momento en que, como el vaso, se hace añicos la visión del mundo a la que se ha aferrado con todas sus fuerzas el personaje. Toda una concepción de la vida derruida en un momento. No es casualidad, pues, que en la siguiente escena, cuando Kowalski se pone a dar puñetazos a diversos objetos de su cocina, consecuencia de la rabia que siente por lo ocurrido, pero sobre todo hacia sí mismo, Eastwood propine uno de sus puñetazos directamente a cámara, golpeando también ese reflejo de sí mismo situado más allá de la cámara y que lo ha seguido toda la vida como una ominosa sombra. No puede sino resultar terriblemente emocionante que un hombre de casi ochenta años muestre semejante grado de autocrítica.

No es extraño, pues, que Kowalski aparezca con frecuencia en la película hablando solo —a veces con su perro—, o conversando con su imagen reflejada en el espejo, o que se exprese, sobre todo al principio, a través de un gruñido que realmente sólo él escucha. Posteriormente, ya salido de su solipsismo, de su ensimismamiento en el pasado y en la culpa, Kowalski se anima a hablar, a entablar contacto con el otro, primero con el cura en su casa, luego durante la confesión largamente pospuesta, luego con Thao en el sótano, e incluso lo intenta con uno de sus hijos por teléfono. Y es que en Gran Torino pasamos de Eastwood hablando consigo mismo, o más precisamente, con la imagen que se tiene de él y se ofrece a los demás —diálogo que informa buena parte de su obra— a Eastwood pasando el relevo, inmolándose para transferir su herencia, cediendo la palabra. Y realmente eso es lo que queda, desaparecido el cuerpo, la transmisión de una voz genuina, como certifican las imágenes de Thao conduciendo el Gran Torino mientras escuchamos la canción homónima, compuesta e interpretada por el propio Eastwood, mientras se suceden los créditos finales. Y eso es lo que representa Gran Torino en la carrera de Eastwood: la culminación del precioso legado que durante último medio siglo nos ha regalado la inconfundible voz de un cineasta singular, más allá de la presencia mítica que él mismo ha personificado.

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Rendir cuentas con el pasado, pues, es el objetivo último tanto de Kowalski como de Eastwood. El pasado de su país, el pasado de la carrera de Eastwood e incluso el pasado de determinadas tradiciones genéricas del cine americano. No renegando de ellos sino asumiéndolos, mirándolos de frente, única forma de seguir hacia delante. La asociación del sentimiento de culpa, de la necesidad de expiar los errores del pasado, con el surgimiento de unos sentimientos paterno filiales que se creían perdidos ya y que se convierten en la mejor forma de superar ese pasado, de reescribirlo —aunque sea, en cierta medida, de forma ilusoria—, acerca insospechadamente esta película, creación de uno de “los últimos clásicos” del cine, como se ha repetido tantas veces, a la obra del que sea probablemente el representante privilegiado, y el más brillante, de la nueva generación del cine americano, Paul Thomas Anderson —y en particular de su primera película, Sydney (1996)—, lo que no se sabe bien si habla de la esencial modernidad del cine de Eastwood o del subterráneo clasicismo de P. T. Anderson; probablemente, en realidad, de lo frágil y estéril que resulta delinear semejantes fronteras.

No puedo terminar esta crítica, sin embargo, sin señalar un aspecto que siempre ha constituido mi principal desencuentro con el cine de Eastwood y que aquí, a pesar de hallarnos ante una de las mejores películas de toda su carrera, también comparece: la excesiva tendencia de Eastwood a simplificar ciertos planteamientos que están en la base de sus películas, forzando el retrato de algunos personajes secundarios para así remarcar ciertos antagonismos y, lo que es peor, manipulando tendenciosamente la respuesta emocional del espectador. Me estoy refiriendo, ya se habrá podido adivinar, al retrato, sobre todo, de la familia de Kowalski —y que tal retrato responda a la visión del personaje no me vale: primero porque tras su muerte, esta mirada no ha cambiado en absoluto, y parece que Eastwood buscara la satisfacción del espectador ante la humillación sufrida por su repelente nieta; y en segundo lugar, y más importante, porque centrarse exclusivamente en la mirada de su protagonista sólo restaría valor y profundidad a lo que es uno de los temas centrales de la película, la confrontación entre un anciano y un mundo que ya no entiende—. Si Eastwood es el único heredero vivo de determinado clasicismo —algo muy cuestionable, por otra parte—, habrá que reconocer que la tendencia a eliminar los espacios difusos, las ambigüedades, a caer en cierto maniqueísmo, propia de las más perecederas muestras de ese clasicismo, constituye a veces un lastre para su cine.

Fuente: Miradas

11 octubre 2010

El Torino de Clint Eastwood

¿Es posible hacer hoy en día una película sin efectos especiales grandiosos, y obtener un gran resultado? ¿Se puede decir algo sin grandes artilugios y con muestras de gran cine? ¿Quedan aun directores de cine que puedan respetar el lenguaje sin bastardiarlo? La respuesta es sí, y el nombre de esta persona es Clint Eastwood. 

Se ha dicho ya de él que es el último de los directores clásicos del cine norteamericano, y con esta, su última película, así lo confirma, es el último de los grandes directores, es el único capaz de hacer gran-torino-03con el cine lo que muy pocos son capaces de hacer, decir cosas sin necesidad de recurrir a berrinches estéticos, es mas es el único que puede decir aun cosas con el cine. El lenguaje cinematográfico no es para nada complicado y Clint Eastwood lo demuestra poniendo toda esta simpleza a favor del cine.

“Gran Torino” no es una superproducción, ni una pieza de inolvidable valor inmediato, pero si estoy seguro que entra dentro de todos los valores necesarios para ser una gran pieza de culto, de estudio y de análisis, una de esas películas necesarias en el cine, y una pieza artística de necesaria visión, cuyo valor irá creciendo a medida que pase el tiempo.

Gran Torino no solo trata temas sociales, sino que profundiza en el ser humano, sus sensaciones y sus estados, joyas como estas son imposibles de ver repetidamente, Clint lo hizo de nuevo, esta vez con algo pequeño, sin llamar mucho la atención y con él mismo en la pantalla, ¿se puede pedir algo más? Creo que no.

Lic. Alejandro Jozami

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