15 junio 2010
Pensando en AMARCORD - Este Miercoles 16/06 en el Cineclub
Sí, es un tópico, y tal vez por eso sea verdad. Me refiero a que entre la vida y la obra de Federico Fellini existe una compenetración tan íntima que una y otra terminan por confundirse, por engañarse. Su cine emerge de la memoria. En este sentido es ampliamente autobiográfico, pero con las deformaciones obligatorias de la memoria. Al mismo tiempo cada película es una parte esencial de su vida. Las calles de Rímini por donde vagaba sin hacer nada, el colegio religioso en el que estudió, los domingos invernales en que los sacerdotes le llevaban a la playa, su afición por la mentira, su admiración por el circo, su gusto por extraer la belleza de lo vulgar. funcionan en este autor original como un bálsamo que más tarde referenciará en sus filmes de una u otra forma. Un cineasta mitificado, que obtuvo un gran reconocimiento en vida -lo cual no siempre es fácil-, incapaz de doblegar su arte a mercadotecnias ajenas que no comulgaban con sus principios estéticos, con una concepción narrativa alérgica a las tramas, que sólo busca el devenir de su (la) vida, de su personalidad, de sus recuerdos, aunque sea en otros, y sean inventados.
El circo de la vida
Federico Fellini nació en Rímini un 20 de enero de 1920. Durante su infancia y adolescencia su realidad fue la de un niño de provincia, cuyo padre era comerciante de productos alimenticios. Educado en un colegio de curas, para Fellini éste significaba el tedio, lo gris, frente al circo que veía en la plaza del pueblo, y que representaba la alegría y lo fantástico. También el sentimiento de libertad en oposición a la rigidez de la educación católica. Después estudió en una escuela pública fascista, como el resto de jóvenes de la época. No se puede obviar que vivió su juventud bajo la dictadura de Mussolini, rasgo que también se reflejará en algunas de sus películas. A los dieciséis años descubría 'Tiempos modernos' y era seducido por el cine y por Charles Chaplin. Aquella etapa de adolescencia será la que retrate en 'Los inútiles' (1953), al igual que el personaje de Giulietta Massina de 'La strada' (1954) surge de sus primeras impresiones de un modesto circo ambulante y de la amistad que contrae con un payaso con apenas doce años. Es un periodo grato para el cineasta, en el que según uno de sus biógrafos, Tulio Kezish, ya empieza a cultivar el ilusionismo seductor, la mentira o la invención de la realidad, llenándola de falsedad o de ficción, como se quiera ver. Así, ni Federico Fellini se escapó con un circo cuando era niño, ni nació en un tren como él se encargaba de decir; simplemente, porque el día de su nacimiento no circulaban trenes hacia Rímini. Este dato muestra la esencia fabuladora del cineasta y un elemento no menos fundamental de su personalidad escapista, inasible, juguetona. «El cine es un juguete maravilloso. Un fabuloso pasatiempo», dijo siempre Fellini con ese tono socarrón, de histrión, tan característico suyo.
Conquista de Roma
Como el Moraldo de 'Los inútiles', Fellini se marcha a la capital con veinte años, donde se gana la vida dibujando caricaturas por los cafés y más tarde tebeos. Son sus inicios de los que da muestra en su primera película como director, 'El jeque blanco' (1952). Luego trabaja en radio y en prensa. Es redactor de 'Il popolo', y autor de dibujos en el 'Marco Aurelio', un periódico humorístico. Pero su objetivo es el 'juguete' del cine. Así que comienza a trabajar como colaborador en los argumentos o guiones de diferentes equipos como 'El pirata soy yo' de Mario Mattoli y 'Documento Z-3' de Alfredo Guarini. En 1942 entra en las oficinas de la ACI (Alianza Cinematográfica Italiana), que rige Vittorio Mussolini, hijo del Duce. Ese mismo año se casa con la actriz Giulietta Massina. El final de la Segunda Guerra Mundial se acerca mientras Fellini participa en bastantes guiones junto con Piero Tellini y Cesare Zavattini, al tiempo que durante esos años trabaja y entabla amistad con Aldo Fabrizi.
Con Roma recién liberada, Fellini y otros compañeros dibujantes -como Camerini, Furio Scarpelli, Migneco y Majorana, entre otros- se ocupan de un negocio de retratos y caricaturas, con el que también se dedican a engañar a los americanos. Ahí va a recogerlo Roberto Rossellini, por indicación de Aldo Fabrizi, para que colabore con él en la historia de un sacerdote fusilado por los alemanes, que se convertiría en el guión de 'Roma, ciudad abierta', obra maestra que inauguraba el neorrealismo. Después recorre Italia con Rossellini en la filmación de 'Paisà', en la que Fellini declara que es la primera vez que tiene una visión de lo que es su país y sus gentes. Durante los siguientes años continuará vinculado al cine, escribiendo guiones para Pietro Germi, Luigi Comencini, Duilio Coletti o Alberto Lattuada. A la vez en el reparto de muchas de estas películas escritas por Fellini trabaja su mujer, e incluso él mismo aparece como actor ocasional en algunas de ellas. Sin embargo, Federico Fellini no se pondrá detrás de las cámaras hasta que Alberto Lattuada le ofrezca codirigir en 1951 'Luces de candilejas', una cinta llena de picaresca y ternura, de ilusión y falsa esperanza.
Para divertirse
Ese mismo año dirige su primer filme en solitario, 'El jeque blanco', a partir de una idea de Michelangelo Antonioni, con Alberto Sordi de protagonista, y en la que ya trabaja con los que serán sus colaboradores habituales a lo largo de su vida: el músico Nino Rota (que contribuye a la evocación de la desbordante imaginería del cineasta) y el guionista Ennio Flaiano. Desde el inicio se vislumbran los asuntos centrales de su obra: los artistas pobres, lo grotesco, la mujer de provincias soñadora, lo ridículo, lo delirante, las calamidades, la esperanza obstinada, los desengaños de la vida, pese a lo cual la vida puede (o no, se trata de un engaño más) ser bella y en ella siempre hay cabida para los sueños. Cuando le preguntaron a Fellini qué había querido demostrar con la película, dijo: «Yo no he querido demostrar absolutamente nada. No tengo ningún mensaje que dar a la humanidad. Lo siento mucho. Pero si he de ser sincero, he hecho una película para divertirme yo». Esta temprana declaración define su modo de entender el cine. Paralelamente manifiesta su forma de ser y estar en el mundo.
A continuación realiza una de sus películas más directas y honestas, 'Los inútiles', con la que gana el León de Plata en Venecia. Así, a Fellini le llegará rápido un éxito y un reconocimiento que ya no le abandonarán, sino que crecerán. Pues al año siguiente con 'La strada' logra el León de Oro en Venecia y el Oscar a la Mejor Película extrajera con el viaje de dos seres unidos ante un destino incomprensible: el Zampanó encarnado por Anthony Quinn, y la Gesolmina, interpertada por Giulietta Massina, que parece la hija de Charlot. Después filma la desnudez de unos estafadores en 'Almas sin conciencia' (1955), con Broderick Crawford, y la fábula de tintes neorrealistas de una prostituta humilde en 'Las noches de Cabiria' (1957), con la que ganaría su segundo Oscar. A partir de este momento, su cine se irá desprendido más y más de las tramas convencionales, pareciéndose a ese caprichoso viaje a ninguna parte en el que la memoria individual o colectiva lo abarca todo. Muestra tangencial de esto es 'La dolce vita' (1959), una sucesión de momentos, de fragmentos -algunos inolvidables, como el archiconocido baño de la Ekberg en la Fontana di Trevi-, en los que un periodista de la prensa rosa que en realidad quiere ser novelista -aunque sabe que jamás llegará a serlo- se mueve sin rumbo por Via Veneto. Ese Marcelo Rubini (Marcelo Mastroianni) emprende un viaje a la desesperanza donde el optimismo poco a poco es enterrado. Un viaje por la hipocresía, la falsedad, la vanidad de los seres humanos y la evanescencia de la vida que hoy resulta de lo más actual. La película ganó la Palma de Oro en Cannes, pero la miope censura española prohibió su exhibición por blasfema, no pudiéndose estrenar hasta la muerte de Franco.
Sin mentiras ni trucos
Los éxitos y reconocimientos a Federico Fellini le seguirían lloviendo. Varios Oscar más al mejor filme de habla no inglesa por 'Fellini 8 ½' (1963) y 'Amarcord' (1973), además de otras cuantas nominaciones. Ahora bien, más interesante es referirnos a su negación de las convenciones narrativas, a su búsqueda de una puesta en escena plástica, a la tendencia caótica de la vida por la que era denostado por una parte de la crítica y de la que el autor se defendía diciendo: "La vital confusión de la vida es la única salvación contra esa tentativa de momificación dogmática".
Antes señalaba que Fellini no quiere demostrar, sino quizá mostrar, como apunta Horacio Vázquez-Rial. Pero, a veces, ni siquiera eso. A veces, no hay que descuidarse, va más allá y quiere crear belleza con sinceridad, aunque ésta sólo se encuentre en la nada, en la confusión, en el caos. A veces, quiere ser mago-demiurgo y alcanzar el fondo de la memoria. Fellini es oblicuo, fragmentario, dual, profundo, en su cine nunca una cosa niega la otra, en todo caso la dispersa, la camufla. Así, cuando afirma que no tiene nada que demostrar a la humanidad, lo que trata de demostrar precisamente es la ausencia de certezas.
Por ello, de 'El jeque blanco' a 'Fellini 8 ½', donde utiliza la crisis creativa de un director de cine como motor que hace avanzar la historia, han transcurrido doce años y ya no quiere escaparse, quiere mostrarse con franqueza, lo que acaba por desnudarlo y llevarlo a lo único que le hace feliz: al circo, donde se miente en beneficio del entretenimiento. En esta película el personaje de Guido Anselmi-Federico Fellini -con el rostro y el porte atormentado de Marcelo Mastroianni- dice: "Yo creía que tenía las ideas muy claras. Quería hacer una película honesta, sin mentiras y sin trucos. Me parecía tener algo muy simple, muy sencillo de expresar. Una película que pudiera ser útil a todos, que ayudase a enterrar para siempre todas las cosas muertas que llevamos dentro. Y resulta que soy yo el primero que no tengo valor para enterrar todo lo muerto que llevo dentro. Ya no tengo nada que decir pero aún así quiero decirlo". Seguramente es el testimonio más sincero del autor, el cual necesita pocas explicaciones, excepto que, desde ella, el resto de su filmografía se entiende de otra manera.
Tras 'Fellini 8 ½' dirige 'Guiletta de los espíritus' (1965), definida por la crítica como una exploración junguiana del alma femenina. Desde este momento su filmografía se vuelve más irregular. Tanto la adaptación que hace de un cuento de Edgar Allan Poe con 'Toby Dammit' en el filme colectivo 'Historias extraordinarias' (1968), como la indagación por la antigüedad que hace en 'Satyricon' (1969) llegan a ser siquiera propuestas atractivas. Pese a sus irregularidades y excesos, 'Roma' (1972) y 'Amarcord' son dos obras más frescas y renovadoras, que contienen momentos visuales deslumbrantes. A partir de esta película ya no volvería a encontrar la inspiración total. Ni 'Casanova', ni ''Ensayo de orquesta', ni 'Ginger y Fred', ni 'E la nave va' funcionan excepto por algún fogonazo visual. En 1989 dirige 'La voz de la luna', última vez que se pone detrás de las cámaras. Fellini ya llevaba años con la salud delicada, le habían prohibido fumar y había dejado de conducir entre otras cosas. El año de su muerte, en 1993, recibía de manos de Sofía Loren y Marcelo Mastroianni un Oscar honorífico a toda su carrera. Sería su último gran momento. Unos meses más tarde, en agosto, un ataque cerebral lo llevaría al Hospital Policlínico de Roma, donde moría el 31 de octubre, haciéndose eco de la noticia todo el mundo.
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